Destino: Capítulo II

Destino: Prefacio
Destino: Capítulo I

 

Mientras el sonido se acercaba, pude ver como aquel extraño se apresuraba en guardar aquello que había sacado del cofre en un pequeño petate que llevaba. Mi mente se puso en marcha, aquella habitación no tenía ventanas, si él quería salir de allí debía hacerlo por la puerta y yo estaba allí… ¡me vería!. Con el ruido de las placas poco importaba si hacía ruido. De un salto me alejé de la puerta y me coloqué tras la columna.  Castius, el guardia del Obispo DeLavey, se quedó mirándome.

– ¿Naini?

Se escuchó el ruido del cofre al cerrarse. Castius también lo había oído, desenfundó la espada y se colocó el escudo. Parecía como si el tiempo se hubiera detenido en ese instante.

Sentí como si algo se moviera a mi izquierda, pero antes de poder siquiera mirar noté como algo frío y duro golpeaba mi cabeza. Allí me quedé inmóvil, no podía controlar mi cuerpo y mi cabeza daba vueltas. Pude ver como lo que parecía una transparencia de aquel no-muerto se acercaba a Castius sin que pudiera hacer nada por avisarle. Pero él me miraba como si se hubiera dado cuenta de algo muy importante. La transparencia se colocó tras el guardia, levantó la mano, donde aferraba una daga. Pensé que allí acabaría todo. Pero justo en aquel instante, bajo los pies del Protector y formando un perfecto círculo surgió del suelo una alfombra de fuego, como los rescoldos ardientes de una hoguera. Aquel ser se convirtió en algo tangente. Sorprendido, se alejó del círculo. Castius, que ya lo había visto, lo seguía lentamente. Ambos se alejaban de mi.

Podía ver como se tanteaban, se observaban y medían sin palabras. Y todo comenzó.

En el tiempo de un pestañeo, antes incluso de que pudiera darme cuenta de lo que había pasado el no-muerto se encontraba a la espalda de Castius, moviendo sus dagas a gran velocidad. Éste se giró lanzando su espada con toda la fuerza sobre su oponente que con un paso lateral la esquivó y girando alrededor de él le clavó la daga en el costado.

En aquel momento tomé conciencia de mi cuerpo, justo cuando se escuchaban como se acercaban a la puerta principal numerosas y fuertes pisadas.

El extraño se alejó de un salto mientras me arrojaba una pequeña estrella metálica y dentada. Difícil sería saber si él falló o yo la esquivé de alguna extraña manera, pero aquella estrella se clavó en la piedra de la columna justo a la altura de mi cabeza. Me miró extrañado y con un leve chasquido se desvaneció justo cuando la puerta se abría y entraban algunos soldados de la guardia real. No debían venir por el extraño, pues se quedaron paralizados cuando vieron la escena: un Paladín de la Luz herido, sangrando y retorciéndose de dolor en el centro de la Catedral y una joven en camisón, descalza y abrazando una columna. Mientras se recuperaban desclavé la estrella y la guardé.

Uno de los guardia avanzó.

– ¿Qué haces aquí?

– Se desvaneció, Sam, se desvaneció- repetía mientras miraba el lugar donde hacía un momento se agazapaba el no-muerto.

Sam comprendió en un segundo todo lo que había pasado.

– Real, llama a Shaina, dile que traiga contravenenos. Mile, da la alarma y vosotros, peinad la Catedral, parece que tenemos…un pícaro- me miró y me agarró de un brazo – Vamos, debo llevarte de vuelta al orfanato. Ya pasó todo, ya pasó, no temas.

Pero no estaba asustada. Repetía en mi mente lo que acababa de ver. Nunca había visto a alguien luchar de aquella manera. Cuando algunos de mis compañeros decidieron unirse a la lucha los había visto entrenar, con sus espadas, con su fuerza. Había visto el entrenamiento de las artes de la Luz en la Academia de la Catedral. Pero jamás antes había visto nada parecido a aquello.

– ¿Qué era, Naini?- preguntó Sam, mientras cruzaban la plaza.

– ¿Qué?

– ¿Lo que os atacó? ¿Era humano?

– No creo que eso pudiera ser humano, creo que era un no-muerto.

– Ya veo- quedó pensativo un momento-. Las cosas estarán revueltas por la ciudad. No daré la alarma general, de momento sólo parece haber una de esas… ratas- un sentimiento de ira manchó aquellas palabras- Aún así te aviso a ti.

No pude entender ese sentimiento agrio que le embargó, comprendía que le doliera que un extraño entrara en la Catedral e hiriera a un soldado, pero tachar de rata a todos los suyos, al fin y al cabo todos luchabamos contra la misma amenaza, ¿o no?

– Sam… ¿un pícaro? Nunca había visto nada igual.

Sam debió de notar el tono de admiración que había en mi voz..

– No debería asombrarte así. Es cierto que no los habrás visto y aunque hay algunos entre las filas de la Alianza casi nunca sabrás quien es uno de ellos a menos que haya alguno en la hermandad a la que pertenezcas, suelen pasar por comerciantes o viajeros. O tal vez, los hayas visto con las caras cubiertas por sus máscaras de cuero. No son gente de fiar. Suelen ser mercenarios por cuenta propia. Pertenecen a sociedades secretas… no se. No son buena compañía.

– No. Es más bien su forma de moverse, de luchar, lo que me ha sorprendido. Nunca…

– ¡Shellene!- Llamó Sam, cortando la conversación.

Frente a nosotros una mujer rubia y entrada en años, en bata y con cara de preocupación nos miraba desde la puerta, en lo alto de las escaleras.

– ¡Naini!-llamó Shellene-¿se puede saber que ha pasado?

– Bueno, yo me voy. Ya sabes nada de salir. Hasta luego- se despidió Sam.

Por la Plaza ya se veía un número cada vez mayor de guardias.


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