Destino: Capítulo VI

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Destino: Capítulo V

 

No sabía que hacer, ni donde ir, ni con quien hablar. Aunque no era la única que parecía no saber muy bien que hacer.

Un guardia en la puerta de la Abadía me miró y llamó mi atención con la mano.

-Buenos días pequeña. ¿Quieres echarnos una mano? Deberías ir a hablar con el alguacil McBride.

Me decidí hacer lo que me proponía el guardia, por las indicaciones que me dio aquel hombre que estaba parado en el primer pasillo de la Abadía debía ser McBride.

-Buenos días, ¿es usted McBride?

-Sí, ¿te mandan los guardias?

-Así es. Estoy a su disposición para lo que necesite.

Estuvimos hablando largo tiempo. Con él comprendí que la guerra se gana con batallas, los grandes ejércitos marchaban a frentes en tierras lejanas, mientras que en las tierras los campesinos y los ciudadanos se enfrentan a pequeños peligros que no dejan los campos tranquilos, son cosas pequeñas, pero que minan la confianza de los habitantes de las regiones. Los kóbolds, los Defias y animales salvajes eran una preocupación en la zona y McBride y sus hombres se dedican a mantener a raya todos los peligros, aunque era una empresa larga y sin un claro desenlace.

Aquel valle cerrado al sur por la muralla albergaba al norte una cueva llena de extraños seres ni humanos ni roedores del tamaño de un niño que minaban sin descanso. McBride me envió a aquella cueva a investigarla y matar a algunas de aquellas criaturas.

Me acerqué a uno de ellos que estaba aislado, agarré la daga con fuerza apoyando la parte gruesa contra mi brazo y desde atrás le ataqué, en ese momento me sentí fuerte, poderosa, como nunca en mi vida me había sentido, feliz y asustada a la vez. Aunque todos esos sentimientos duraron poco, justo el tiempo que tardó aquel bicho en darse la vuelta y atacarme. Y ahí se acabó toda mi euforia y felicidad. Se revolvía y no sabía que hacer ni como defenderme. Poco a poco, no sé como, conseguí acabar con él. Cayó al suelo aún agonizando y murió a mis pies. Me senté a sus pies viendo como la sangre empapaba la hierba. No sabría expresar lo que sentí, era una vida que yo había segado, la primera de muchas con las que acabaría.

Me levanté y seguí con mi cometido.

Cuando terminé volví con McBride que recompensó las muertes con unas cuantas monedas. A mi se me hicieron una gran cantidad, nunca en mi vida había tenido tanto dinero.

Cuando el hombre que estaba curtiendo cueros en el lateral me llamó y me dio otro encargo, que cuando terminé me recompensó con unas botas, por fin entendí como iba todo, lo que debería hacer a partir de ahora, primero debía conseguir dinero para comprar u obtener mejores piezas de mi armadura y tal vez, ¿alguna daga mejor?

Una joven vestida con una toga de colores claros se acercó a mi.

-¿Te gustaría entrar en nuestra hermandad?

¿Qué? ¿Qué era eso de la hermandad? ¿Qué le digo? ¿Sería ella una enviada de los pícaros? No me dio la impresión. Así que sin saber aún muy bien que debía hacer preferí declinar la oferta.

-No, gracias, está bien así.

Y no recibí respuesta, se dio la vuelta y se marchó.

¿Se habrá enfadado?


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