Destino: Capítulo V

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Destino: Capítulo I
Destino: Capítulo II

Destino: Capítulo III
Destino: Capítulo IV

¡Era un gran día!

Salí a la calle decidida y animada. El mundo parecía distinto. ¿O sería yo? Me encontré con Grisillo en la Plaza hablando con el hermano Kristoff.

– Naini – saludaron amablemente.
– Buenos días. Gris, necesitaría hablar contigo.
Me miró de arriba abajo y estalló en una risa feliz.
– ¿Ya estás preparada? Cuando quieras podemos empezar.
Le miré en silencio.
– Tu instrucción, ¿no?
– Gris, creo que deberíamos hablar a solas.

Fuimos en silencio hasta su despacho.

– ¿Dónde vas, Naini? ¿Qué pasó?
– Necesito un favor, necesito algo por lo que comenzar.
– ¿Vas a salir sin entrenamiento allí fuera? ¿Qué buscas?

Por un momento dudé, pero sólo él podría ayudarme.
– Salgo a la espera de que me elijan.
– ¡¿Los pícaros?! – estaba realmente enfadado.
– Si – dije con decisión – y si crees que no puedes ayudarme no te preocupes, encontraré la manera.
– Yo… – parecía que algo en él se derrumbaba. – Te ayudaré con tu comienzo, pero te pido que no vuelvas más a por mi ayuda. – Su tono se volvió frío – A ninguno de los dos nos conviene que nos vean juntos.

Algo en mi ser rompió, como si la raíz de un árbol desgarrara la tierra hasta desprenderse de ella. Sabía que esas raíces ahora ya no tendrían donde agarrarse, a partir de ese momento sólo me quedaba curarlas al aire.
– Así será, mi Lord.

 

Habíamos quedado en la puerta de la ciudad al anochecer.

Decidí ir al Distrito de Mercaderes a comprar una daga, allí donde Shellene me había indicado que vendían las espadas. Era el barrio más concurrido de la ciudad. Los principales comerciantes, la subasta, el banco, la posada… todo siempre estaba lleno de la gente más variopinta. Allí todo el mundo parecía tener prisa, incluso los que estaban parados parecían estar atentos a algo.

Humanos, elfos, gnomos, enanos, hasta draeneis. Cazadores con sus mascotas, magos con sus bastones, guerreros con sus espadas, hasta sacerdotes con sus ropas elegantes. Aunque no entendía porque siempre iban vestidos con sus armaduras de combate.
Esa parte de la ciudad no descansaba, el cielo se oscurecía y no dejaba de llegar gente que buscaban algo. Tratos, comercios, intercambios… negocios.

Tomé el camino hacia la puerta de Ventormenta.
Aquel puente que nunca había cruzado, aquellas enormes estatuas que se levantaban hacia el cielo, aquellos héroes que me miraban al pasar. Algo estaba cambiando.

Lord Grisillo ya me esperaba en el camino, vestido con unos pantalones grises y una camisa blanca, parecía, casi, un simple habitante de Ventormenta. En cuanto llegué a donde se encontraba comenzó a caminar, sin mirarme, sin hablarme.
Noté que íbamos hacia el sur.
– Pasaremos por Villadorada, sólo por ir por el camino seguro, no pararemos allí.- Me informó finalmente.

No creo que tardáramos mucho en llegar, pero el viaje se me hizo eterno. El sol aún no calentaba sobre nuestras cabezas cuando cruzamos una pequeña muralla, mucho más estrecha que las de Ventormenta que parecían proteger la entrada de un valle. Seguimos el camino hasta llegar cerca de la puerta de una pequeña Abadía que dominaba el lugar.
– Adios.- dijo Grisillo y se marchó.

Estaba sola.


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