Destino: Capítulo IV

Destino: Prefacio
Destino: Capítulo I
Destino: Capítulo II

Destino: Capítulo III

El Parque, pocas veces había ido allí. Era la zona élfica de la ciudad. Los elfos que se habían refugiado tras las murallas de Ventormenta habían asentado allí su hogar. No me podía hacer una idea de cómo sería Teldrassil, la isla capital de los elfos de la noche, pero seguro sería un sitio hermoso y lleno de paz.

Se llegaba a la Plaza del Parque por un enorme pasillo entre los edificios, el suelo todo de un suave césped verde cálido. Las farolas eran árboles brillantes y delgados en cuya copa se posaban velas que parecían florecer del mismo. En el centro, un lago de agua cristalina, rodeado de piedras blancas de mármol inmaculado. Rodeándolo unos cuantos bancos de madera. Ni siquiera los edificios de rugosa piedra gris desentonaban cubiertos como estaban de musgo y enredaderas.
Me acomodé en el césped cerca del lago.

Adair tenía razón, poca gente paseaba por allí.

El libro estaba escrito a mano, con una letra minúscula y apretada. Algunas páginas estaban ilustradas con detallados dibujos de armaduras, dagas, armas de puño y pequeños objetos arrojadizos. Las habilidades de los pícaros, su forma de luchar, sus ataques, eran fascinantes. Pero lo que más me llamó la atención fue el secretismo sobre su historia, sus líderes o cualquier cosa relacionada con sus vidas fuera del combate.
Como ya me había contado Sam, eran discretos a la hora de comportarse, pasando por viajeros. Contaba el libro que la única residencia que parecían tener era algún tipo de fortaleza entre las montañas de alguna región del norte del continente.
Ya estaba preguntándome si tendría que viajar hasta allí para conocer a alguien que me instruyera cuando leí un párrafo que hizo caer todas mis esperanzas:

«No hay forma de conseguir que un pícaro enseñe sus técnicas a alguien que les busque. Normalmente son ellos los que viendo a alguien con gran potencial se acercan y deciden instruirlo».

Cerré el libro, parecía que aquello sería bastante más complicado de lo que me había imaginado.

Mientras caminaba de vuelta al orfanato mi mente se debatía entre acomodar mi vida a la ciudad y trabajar en la tienda de suministros donde Shellene me había conseguido un trabajo o salir a la aventura con la esperanza de que algún día uno de ellos se fijara en mi. No sabía muy bien tampoco por donde empezar.

La tarde pasó tranquila, el orfanato me mantenía ocupada y así no tuve mucho tiempo para pensar. Cada momento que pasaba me iba convenciendo más que esa vida no era para mí. ¿Qué iba a encontrar ahí fuera? ¿No me era suficiente un trabajo tranquilo que me permitiera independizarme? Sí, tendría que ser suficiente.

Me acosté temprano. Fue una noche agitada, llena de sueños inconexos y extraños. Al levantarme sólo pude recordar la sensación de haber desenfundado una daga. La textura rugosa y cálida del cuero de su empuñadura y lo manejable y liviana que parecía en mi mano.
No había marcha atrás. Debía intentarlo al precio que fuera. Y si no era con ellos me entrenaría sola. ¿Cómo empezar? ¿Dónde tendría que ir? El camino sería largo, lo mejor sería que dejara de considerar aquella habitación, aquella casa, como mi hogar. Dejé toda mi ropa sobre una silla y metí en una pequeña bolsa de viaje algo de pan y fruta que recogí de la cocina.

Fui a la habitación de Shellene. Ya estaba levantada.
No pareció muy sorprendida al verme con la ropa de viaje y la mochila, me estudió un momento y finalmente me sonrió.
– Mi pequeña Nai, parece que por fin te has decidido. Sabía que no podrías tardar mucho. Corre por tus venas una sangre que no te permitiría vivir en paz llevando una vida corriente, para ti hay algo más hay fuera.
– Shelle – dije emocionada – perdóname, yo…
– No hay nada que perdonar, querida- me cortó – La verdad pensé que esto sucedería hace unos años.
Me sonrió calidamente y rebuscó algo en los cajones. La vi sacar una pequeña bolsita de cuero que dejó en mis manos.
– Ve a ver a Marda Weller y cómprale una buena espada, con este dinero debería ser suficiente- sus ojos reflejaron una profunda tristeza.
– No, Shelle, no te preocupes.
– ¡Si! Si me preocupo… Naini, prométeme que te cuidarás y que vendrás a verme siempre que pases por Ventormenta.
– Eso, Shelle, será si salgo de esta ciudad – ambas nos echamos a reír – Aún no se por donde empezar.
– Bueno, en cuanto vayas a ver a Lord Quiebrasombras él lo comprenderá todo, te podrá ayudar a comenzar. Al fin y al cabo será tu instructor como Paladina.
Mi rostro se ensombreció.
– ¿No vas a convertirte en Paladina? – parecía contrariada.- Entonces sería mejor que buscaras a alguien que te pueda guiar en lo que deseas. Yo no sé muy bien donde están, pero seguro que alguien de la Catedral debe saberlo, sino Quiebrasombras mismo.
– Claro, Shelle.- No quise preocuparla más explicándole cuáles eran mis planes. – Gracias de verdad. Y ahora me voy, antes de que se despierten los niños.


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