Aquella noche, mirando por la ventana hacia la Catedral, imaginé como era todo antes de que ésta pasara de ser mi refugio a ser el único sitio en el que sabían quien era y por lo que no era bien recibida.
Hacía ya muchos años que había abandonado el orfanato y lo había dejado de considerar mi hogar. Hacía ya muchos años que vagaba por el mundo, sin residencia fija. Aquel día decidí no ocultarme en la ciudad e ir a visitar a Shellene, pero no estaba allí. Me ofrecieron una cama y no dudé en aceptarla.
Y así, mirando por la ventana, me encontró Shellene cuando llegó poco antes del amanecer.
– Deberías haber dormido algo.
– Duermo todas las noches y no descanso, hoy he descansado sin dormir- dije sin darme la vuelta.
– Quédate un tiempo, tengo trabajo aquí para ti, si lo aceptas.
– No podría quedarme, hay heridas que nunca se curarán… Cuidate, Shelle.
Me levanté, tomé mi mochila y salí del orfanato sin nisiquiera el ruido del cuero rozando contra el suelo. El primer rayo de sol bañó de luz la plaza. A la vez que la puerta de la Catedral comenzaba a abrirse. Es hora de marcharse, pensé.
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