Cronología (I) – El inicio del mundo

Nadie sabe cómo comenzó exactamente el universo. Algunos teorizan que una explosión cósmica catastrófica envió a los infinitos mundos a la inmensidad de la Gran Oscuridad; mundos que un día serían el hogar de una maravillosa y terrible diversidad de formas de vida. Otros creen que una única entidad todopoderosa creó el universo. Aunque los orígenes exactos del caótico universo son inciertos, es seguro que una raza de seres poderosos se alzó para traer estabilidad a los distintos mundos y asegurar un futuro seguro para los seres que seguirían sus huellas.

Los titanes, colosales criatura de piel metálica de los lejanos confines del cosmos, con un poder comparable a los llamados dioses, se lanzaron a una intensa exploración y reformación del universo. Dieron forma a todos los planetas que encontraban en su viaje, poniendo orden en el recién nacido universo. Y para proteger su creación dieron poder a las razas primitivas de cada planeta.

Gobernados por el Panteón, un grupo de los más sabios y poderosos de los Titanes, la gran empresa que se habían propuesto llego a metas impresionantes, cien millones de mundos reformados y poblados por razas semilla. Por desgracia, el Vacío Abisal, una dimensión etérea de magias caóticas que conecta la miríada de mundos del universo, era el hogar de un número infinito de seres demoníacos maléficos cuyo único deseo era destruir la vida y devorar las energías del universo vivo. Incapaces de concebir cualquier mal o perversidad en cualquier forma, los titanes lucharon por encontrar una forma de acabar con la constante amenaza de los demonios.

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Sargeras: la Misión y la Traición

Durante eras, las criaturas demoníacas del Vacío Abisal fuero abriéndose pasa hacia los mundos de los Titanes, sintiéndose estos amenazados, encargaron a su mejor guerrero la misión de proteger los mundos ya reformados. El guerrero elegido fue Sargeras, un noble gigante de bronce fundido, que realizó esta tarea durante incontables milenios, buscando y destruyendo a estos demonios allá donde los encontraba. Con el paso de los eones, Sargeras se fue encontrando con diferentes razas demoníacas, pero una en particular le afectó profundamente.

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Mientras su confusión y miseria se hacían más profundas, Sargeras se vio obligado a enfrentarse a una raza que quería alterar el orden de los titanes: los Nathrezim. Esta raza oscura de demonios vampíricos (también conocidos como Señores del Terror) conquistó varios mundos poblados poseyendo a sus habitantes y haciéndolos caer en la sombra. Los corruptos y manipuladores Señores del Terror enfrentaron a naciones entre ellas manipulándolas para que cayeran en el odio y la desconfianza. Sargeras derrotó a los Nathrezim con facilidad y como castigo los encerró en una esquina del Vacio Abisal, pero su corrupción le afectó profundamente.

A medida que la duda y la desesperación abrumaban los pensamientos de Sargeras, fue perdiendo la fé no solo en su misión, sino también en la visión de los titanes de un universo ordenado. Al final llegó a pensar que el propio concepto de orden era absurdo, y que el caos y la depravación eran los únicos absolutos dentro del universo, oscuro y solitario. Sus compañeros titanes intentaron sacarlo de su error y calmar sus fogosas emociones, pero rechazó sus creencias más optimistas como falsas ilusiones. Abandonando sus filas para siempre, Sargeras se marchó en busca de su propio lugar en el universo. Aunque el Panteón estaba triste por su partida, nunca pudieron haber predicho cuán lejos llegaría su hermano.

Para cuando su locura había consumido los últimos vestigios de su valeroso espíritu, creía que los propios titanes eran los responsables del error de la creación. Decidido, al fin, a deshacer su obra a lo largo del universo, decidió crear un ejército imparable que haría arder el universo físico.

Incluso su forma titánica se distorsionó por la corrupción que inundaba su antiguo noble corazón. Sus ojos, pelo y barba estallaron en llamas, y su piel metálica de bronce se partió para mostrar un agujero infinito de ardiente odio.  
En su furia, Sargeras destrozó la prisión de los Nathrezim y dejó libres a los terribles demonios. Estas astutas criaturas se postraron ante la enorme rabia del titán oscuro y se ofrecieron a servirle de la maliciosa manera que pudieran.

Con la liberación de los Nathrezim y demás criaturas demoníacas de su prisión en los confines del vacío abisal, Sargeras había conseguido el grueso de su ejército, pero sin embargo, carecía de líderes lo suficientemente astutos y preparados para encabezarlos, fue por ello que se puso en búsqueda de más razas. Fue así como di a parar con el planeta Argus, y sus habitantes, los eredar. Los eredar eran una pacífica raza con gran afinidad mágica, lo que supuso un blanco perfecto para las mentiras de Sargeras. El titán oscuro se acercó a los tres líderes más importantes de la comunidad eredar: Archimonde, Kil’Jaeden y Velen. Los dos primeros se mostraron conformes con el trato que les ofrecía Sargeras, poder ilimitado e inmortalidad, pero sin embargo, Velen dudaba del trato que se les ofrecía, por lo que pidió ayuda en la oración, fue así como la luminosa raza de los naaru se le presentó, y le transmitió una visión del futuro, en el que veía a su pueblo como demonios sin mente a las órdenes de Sargeras.

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Esta misma raza les facilitó al profeta y a su gente (en adelante conocidos como draenei, o exiliados), los métodos para abandonar Argus, la nave interestelar llamada castillo de la tempestad. Finalmente tanto Kil’Jaeden como Archimonde aceptaron unirse a Sargeras, formando así el principio de la Legión Ardiente. Sargeras nombró a Kil’jaeden el Impostor para buscar a las razas más oscuras del universo y subyugarlas en nombre de la Cruzada Ardiente. El segundo campeón, Archimonde el Rapiñador, fue escogido para liderar en la batalla a los enormes ejércitos de Sargeras contra aquellos que osasen resistirse a la voluntad del titán. Además, de entre las filas de los señores del terror, nombró a Tichondrius el Ensombrecedor. Tichondrius era el soldado perfecto de Kil’jaeden y estaba de acuerdo en llevar la ardiente voluntad de Sargeras a todos los oscuros rincones del universo. De la poderosa raza de los señores del foso, nombró Sargeras a Mannoroth el Destructor.

El orden de Azeroth y los Dioses Antiguos

En su eterno vagar por el universo, los titanes, ajenos a los planes de su antiguo paladín Sargeras, descubrieron un pequeño mundo, que sus habitantes algún día llamarían Azeroth. Después de moldearlo a su capricho, y dejar como raza semilla a los vrykul. los terráneos en Uldaman, los tol’vir protegiendo sus secretos en Uldum y a los meca-gnomos para proteger los de Ulduar, dejaron Azeroth a su destino. Poco después de su partida, unas entidades, conocidas posteriormente en el mundo como Dioses Antiguos, llegaron a Azeroth. Estas entidades utilizaron a los elementos propios de este mundo y a sus tenientes más poderosos Ragnaros el Señor de Fuego, Therazane la Madre Pétrea, Al’Akir el Señor del Viento y Neptulon el Cazamareas para desatar la guerra sobre Azeroth y las criaturas dejadas por los titanes. Los Dioses Antiguos y los elementales llevaron Azeroth a un estado de caos primigenio donde cualquier forma de vida sería imposible que sobrevivera. En esta guerra, además, los Dioses Antiguos sellaron el destino de muchas de las razas semilla dejadas atrás por los titanes, infectándolas con la Maldición de la Carne.

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Noticias sobre lo que pasaba en Azeroth llegaron a oídos del Panteón, que volvió y declaró la guerra a los dioses antiguos. El poder de cualquier dios antiguo supera con creces el de cualquier mortal, pero no eran rival para los poderes combinados del Panteón, y así fue como, poco a poco, los Dioses Antiguos fueron derrotados, pero no eliminados. La estrategia más astuta de los Dioses Antiguos en Azeroth fue infectar a las razas iniciales con la Maldición de la Carne, ya que así, ellos mismos se ligaron con la esencia del joven mundo de Azeroth, de modo que si los primeros fueran destruidos, el mundo sería aniquilado. La guerra más apocalíptica que conociera la superficie del joven mundo de Azeroth siguió, e incluso se rumorea que los dioses antiguos fueron capaces de matar a un titán, que aún yace oculto en Azeroth. Una vez todos los dioses antiguos fueron derrotados y confinados a lo profundo de la tierra, las fuerzas elementales volvieron a su natural equilibrio, y los tenientes más poderosos de los dioses antiguos, los señores elementales, fueron encarcelados en sus respectivos planos elementales, donde seguirían en guerra entre ellos para siempre.

Al finalizar la guerra, los titanes durante muchos años movieron y dieron forma al mundo, hasta que al fin quedó un continente perfecto. En su centro, crearon un lago de centelleantes energías. El lago, al que llamaron Pozo de la Eternidad, estaba destinado a ser la fuente de la vida en el mundo. Sus poderosas energías alimentarían los huesos del mundo y darían energía a la vida para que echase raíces en el rico suelo de la tierra. Con el paso del tiempo, plantas, árboles, monstruos y criaturas de todo tipo comenzaron a prosperar en el primordial continente. Cuando cayó el ocaso del último día de su labor, los titanes llamaron al continente Kalimdor: «tierra de eterna luz de las estrellas«.

Para garantizar la supervivencia de Kalimdor, el Panteón decidió imbuir a cinco criaturas con parte de su poder, para que ellas solas pudieran vigilar el mundo y poder enfrentarse a la ira de los dioses antiguos, en caso de que éstos volvieran a amenazar el mundo. Fue así cómo, a partir de Galakrond, el mayor protodraco que se haya visto, los titanes hicieron evolucionar a esta raza en los actuales dragones, y nombraron a los cinco aspectos guardianes de Kalimdor, que más tarde serían conocidos como los Grandes Aspectos. Aman’Thul, líder del Panteón, imbuyó al líder del vuelo bronce, Nozdormu el intemporal, y a su linaje, con el poder de controlar el tiempo, y con la maldición de saber en qué momento y a manos de quién iba a perecer.

Eonar, la titán matrona de toda clase de vida, eligió al leviatán rojo Alextrasza la guardiana de vida para salvaguardar cualquier forma de vida en Azeroth, y a su hermana, matriarca del vuelo verde, Ysera la soñadora, para proteger todo lo que crece en Azeroth, desde su santuario, el Sueño Esmeralda. Desde ese momento Ysera vive en trance, vinculada al recién creado Sueño de la Creación.

Norgannon, el guardián del saber titán y maestro de la magia, eligió al más fuerte de los dragones azules, Malygos el tejehechizos, y lo imbuyó a él y a su vuelo con el control sobre la energía arcana.

Khaz’goroth, el titán que daba forma y forjaba el mundo, eligió al más poderoso de todos los dragones, el leviatán negro Neltharion el guardián de la tierra, para proteger y dominar la tierra y las profundidades de la misma.

Una vez establecidos los Guardianes Dragones, los titanes abandonaron Kalimdor para nunca más volver, pero dejaron tras de sí tres fortalezas, antiguas bases de su poder, Uldaman, donde aún permanecían terráneos afectados por la maldición de la carne sin despertar, Uldum, donde permanece intacta un artefacto de gran poder, ubicado en la zona actualmente conocido como Cámaras de Los Orígenes, y Ulduar. En ésta última, prisión de un antiguo dios, dejaron los titanes un contingente de su fuerza como vigilantes, y al cargo de la misma, al titán Loken.

El despertar del mundo y el Pozo de la Eternidad

Dieciséis mil años antes de que los orcos y los humanos se enfrentasen en la Primera Guerra, el mundo de Azeroth estaba formado por un único y enorme continente, rodeado por el mar. Esta masa de tierra, conocida como Kalimdor, era el hogar de numerosas y dispares razas y criaturas, todas compitiendo por sobrevivir a los salvajes elementos del mundo que despertaba. En el centro del oscuro continente había un misterioso lago de incandescentes energías. El Pozo de la Eternidad, era el verdadero corazón de la magia y poder natural del mundo. Absorbiendo sus energías de la Gran Oscuridad infinita de más allá del mundo, el Pozo actuaba como una fuente mística, enviando sus potentes energías a todo el mundo para nutrir con vida en todas sus maravillosas formas.

Dos florecientes civilizaciones se enfrentaron en una de las primeras grandes guerras. Los Aqir una raza insectoide con una alta inteligencia tenía como objetivo destruir  toda raza no insectoide en el planeta, con esa meta como estandarte se lanzaron a una guerra contra la única fuerza que les podía hacer frente el Imperio Trol gobernado por la tribu Zandalar. La guerra fue lo suficientemente dura como para que los Aqir con todo su potencial de guerra acabasen dividiéndose en dos colonias una situada en el norte del continente y otra en el sur que en un futuro se convertirían en los imperios de Ahn’Qiraj y Azjol’Nerub.

Se especula que durante la guerra una pequeña tribu trol se abrió paso con cautela hasta las costas del fascinante Pozo de la Eternidad. Los salvajes trol, atraídos por las extrañas energías del Pozo, construyeron casas primitivas cerca de sus tranquilas costas. Con el paso del tiempo, el poder cósmico del Pozo les afecto, haciéndolos más fuertes, sabios y virtualmente inmortales. La tribu adoptó el nombre de Kaldorei, que quiere decir «hijos de las estrellas» en su lengua nativa. Para celebrar el nacimiento de su ciudad, construyeron grandes estructuras y templos alrededor de la periferia del lago.

Los Kaldorei, o elfos de la noche, como serían conocidos más tarde, adoraban a la diosa de la luna Elune y creían que durante las horas diurnas, dormía en las brillantes profundidades del Pozo. Los primeros sacerdotes y profetas elfos de la noche estudiaron el Pozo con una curiosidad insaciable, con la intención de comprender por completo todos sus secretos y poder. A medida que su sociedad crecía, exploraban la amplitud de Kalimdor y se encontraron con sus otros habitantes. Las únicas criaturas que les hicieron parar fueron los antiguos y poderosos dragones. Las grandes bestias serpentinas solían ser solitarias, pero hicieron mucho para salvaguardar las tierras conocidas de amenazas potenciales. Los elfos de la noche descubrieron que los dragones se tenían a sí mismos como los protectores del mundo y estuvieron de acuerdo en que lo mejor era dejarlos a ellos, y a sus secretos, tranquilos.

Con el paso del tiempo, la curiosidad de los elfos de la noche los llevó a conocer y trabar amistad con varias entidades poderosas, y una de ellas era Cenarius, un poderoso semidiós de las tierras boscosas primordiales. El generoso Cenarius se encariñó con los inquisitivos elfos de la noche y pasó mucho tiempo enseñándoles cosas sobre el mundo natural. Los tranquilos Kaldorei desarrollaron una fuerte empatía hacia los bosques vivientes de Kalimdor y se deleitaban con el harmonioso equilibrio de la naturaleza.

A medida que iban pasando los aparentemente interminables años, la civilización de los elfos de la noche se expandía, tanto territorial como culturalmente. Sus templos, caminos y asentamientos se extendían por todo el continente oscuro. Azshara, la hermosa y dotada reina de los elfos de la noche, construyó un enorme y maravilloso palacio en la orilla del Pozo, y dentro de sus enjoyados salones vivían sus sirvientes predilectos. Sus sirvientes, a los que llamaba los Quel’dorei o «altonatos», obedecían todas sus ordenes y se creían superiores al resto de su raza. Aunque la reina Azshara era apreciada por igual por todo su pueblo, el resto de elfos de la noche envidiaba y despreciaba en secreto a los altonatos.

Compartiendo la curiosidad de los sacerdotes hacia el Pozo de la Eternidad, Azshara ordenó a los altonatos que descubrieran todos sus secretos y revelasen su verdadero propósito en el mundo. Ellos se encerraron en su trabajo y estudiaron el Pozo sin cesar. Con el tiempo, desarrollaron la facultad de manipular y controlar las energías cósmicas del Pozo. A medida que sus experimentos progresaban, los altonatos descubrieron que podían usar sus poderes recién descubiertos para crear o destruir según su voluntad. Los incautos altonatos se habían topado con la magia primitiva y estaban decididos a dedicarse a dominarla. Aunque estaban de acuerdo en que la magia era inherentemente peligrosa si se usaba de forma irresponsable, Azshara y sus altonatos comenzaron a practicar su hechicería con un temerario abandono. Cenarius y muchos ancianos sabios elfos de la noche les advirtieron de que jugar con las claramente volátiles artes de la magia solo daría como resultado calamidades. Pero incluso entonces, Azshara y sus seguidores siguieron expandiendo tercamente sus florecientes poderes.

A medida que éstos crecían, comenzó a producirse un cambio evidente en Azshara y los altonatos. La arrogante y distante clase alta fue volviéndose cada vez más insensible y cruel hacia sus compañeros elfos de la noche. Un oscuro y profundo paño cubrió la antigua belleza cegadora de Azshara. Comenzó a apartarse de sus amados súbditos y se negó a tratar con aquellos que no fueran sus sacerdotes altonatos de confianza.

Un joven erudito, llamado Malfurion Tempestira, que había pasado gran parte de su tiempo estudiando las primitivas artes de los druidas, comenzó a sospechar que un terrible poder estaba corrompiendo a los altonatos y a su amada reina. Aunque no podía saber el mal que estaba por llegar, era consciente de que los elfos de la noche pronto cambiarían para siempre


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